CAPÍTULO I


LAS SECTAS Y EL OPUS DEI


10. Sectas y religión: los defraudadores de Dios


El problema de las sectas viene aquejando a la Iglesia desde sus comienzos. (121) Ya San Pablo se encontró con un problema semejante en una de las comunidades que él había fundado, la de Corinto. Cuatro o cinco años después de haberla engendrado a la fe mediante su predicación, constataba con honda pena la existencia de "escisiones" y banderías, es decir de tendencias sectarias, que él recrimina y fustiga acremente.

No hay que olvidar que la religiosidad es algo consustancial con el ser humano y una de sus señas de identidad que lo separa y diferencia de la fauna. De ahí el peligro de la especulación con lo sagrado, con las creencias, con la fe.

La religiosidad nunca puede convertirse en moneda de cambio para estafar al hombre aunque la "religión" haya podido concebirse, como en el caso del Opus Dei, como "el tipo de negocio con el que sueña cualquier empresario: vende bienes con nulo coste de producción, de carácter imperecedero, siempre adaptable a los nuevos mercados y a través de una estructura que utiliza la mano de obra gratuita de sus creyentes y como fuentes de capitalización sus pecunios particulares. ¡Eso sí que es el paraíso en la Tierra!". (122)

No podemos olvidar que el recaudar dinero es el gran objetivo religioso, es la meta espiritual, es el fin místico de este tipo de sectas. Revisten su "marketing" haciendo creer al adepto que el dinero corrompe, que es algo sucio, que deben desprenderse de él para destinarlo al servicio de Dios y su obra, es decir, para la secta. El mismo dinero que es fuente de perdición para los demás, es manantial de santificación para la Obra, convirtiendo la acumulación de dinero en una actividad sacramental; por ello el miembro tiene que ganar dinero para entregarlo a la secta.

Explotan lo sobrenatural, lo trascendente, lo religioso, el sentimiento sagrado, vendiendo bulas de santidad precisamente por el trabajo profano, cotidiano, profesional, dónde poder ganar medios de subsistencia y amasar fortunas pero no para quien las consigue, sino para la Obra. Se apela a la dignidad celestial, a las fibras más sensibles del ser humano, se diviniza la secta hasta la osadía de darla por nombre, inclusive, la denominación suprema, nada más y nada menos que "Obra de Dios".


REFERENCIAS

121. Hernando, "Cuaderno de las realidades sociales", No. 35/36, p 20.
122. Rodríguez, "Las sectas hoy y aquí", p 34.


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