CAPÍTULO II


LA VIDA OCULTA DE ESCRIVÁ DE BALAGUER


7. Escrivá y los siete pecados capitales


El primer pecado capital es la soberbia, ese orgullo desmedido que conlleva un exceso de falsa magnificencia, de boato y de pompa innecesaria. Es la altivez despreciativa una nota sobresaliente a los soberbios con grandes dosis de arrogancia.

Escrivá de Balaguer era un soberbio nato y sin escrúpulos. La soberbia la llevaba inoculada en su sangre y en sus vísceras. Así, cuando el Conde de Barcelona, Don Juan de Borbón, padre del actual rey de España, visitó a Escrivá de Balaguer en su residencia romana, el fundador del Opus le acompañó como solía hacerlo con los visitantes ilustres, a recorrer la casa. "Cuando entró la comitiva en la espléndida basílica, Escrivá se acercó al coro de madera noble tallada y sentándose en el sillón que le está reservado, y que parece algo más adelantado que los demás, empezó a explicar a D. Juan de Borbón que él se sentaba todos los días ahí y hablaba con Dios de esta manera: - Señor, Josemaría ha hecho mucho por la Iglesia". (120) La escena nos recuerda a una parábola de los Evangelios escenificada.

Su vanidad y su soberbia le llevan el día del fallecimiento de su madre a llamar el día 22 de abril de 1941 al Gobernador Civil de Lérida al que tutea:

- Oye, Juan Antonio, se ha muerto mi madre. ¿Cómo podría llegar pronto a Madrid?

- Ahora va el coche mío con el chófer. (121)

Los restos de su madre reposan en la cripta del oratorio de Santa María de la Paz, en la casa central del Opus Dei, en la calle Diego de León de Madrid, junto con los hermanos de José María, pues los miembros de la familia Escrivá no podían mezclar sus restos mortales con los muertos que yacen en los cementerios municipales, ni en ninguna sacramental. En la cripta especial y con privilegio, pinturas al óleo regias y con aires aristocráticos donde están plasmados no sólo el Padre, sino sus antepasados, "auténticos alardes de grandeza para una familia de procedencia sencilla". (122) ¿A qué todo eso? ¿Acaso hay que seguir llamándolo pobreza?

Incluso para la designación de su cargo como Prelado de la Obra lo quiso vitalicio, circunstancia verdaderamente excepcional en las instituciones de la Iglesia donde sólo el "papa negro", el prepósito general de los jesuitas, goza de tal privilegio.

Como dice el premio Nobel de Literatura español, Camilo José Cela, "el mismo nombre de la sociedad, Opus Dei, ya encierra demasiada soberbia: Obra de Dios, así, con mayúscula, es una estrella que brilla en el firmamento, o una puesta de sol, o un pájaro que vuela, o una mujer hermosa. Pero una sociedad hecha por los hombres, por nobles que sean sus fines, no es Obra de Dios, sino de los hombres; recuerde aquello del libre albedrío". (123)

Claro que el soberbio Escrivá no se recataba en decir: "Papas he conocido varios, obispos conocéis todos un montón, pero fundador sólo uno y Dios os pedirá cuenta de haber vivido en la época del Padre", tales eran las palabras que monseñor en el curso de una meditación dirigida a un grupo de "hijos" suyos en Londres en 1962. Argumento que repite en privado: "Mira, Alvaro. Obispos los he conocido como borregos, cardenales a montones, Papas como media docena... pero fundadores del Opus Dei sólo hay uno. Y ese soy yo". (124) Era la soberbia en persona.

Como decía una antigua adepta a la Obra: No creo posible que la santidad Monseñor pueda basarse precisamente en la sencillez o en la humildad. A modo de ejemplo: monseñores en la Obra había varios; es un título honorífico que en la Curia romana abunda mucho; lo eran, entre otros, Alvaro del Portillo - después obispo -, Salvador Canals y varios más. Pero este dato se ha preferido ignorar hasta que monseñor Escrivá ha muerto. Viviendo él, sólo de él debía hablarse. Tampoco en la Obra, ningún sacerdote es Padre, sólo lo es monseñor Escrivá.

También es sintomático el hecho de que monseñor Escrivá jamás asistiera, en los muchos años de su estancia en Roma, a los funerales de ningún cardenal, ni de ninguna personalidad. "El sólo recibe en casa", se solía argumentar. (125)

Su falsa modestia viene reflejada en la siguiente anécdota cuando un sacerdote navarro, el padre Iribarren, que le visitaba hacia 1935 en la residencia de Ferraz, cuenta lo mucho que le costó ya que le recibiera. "Repetidas veces tuvo que anunciarse y, finalmente, viendo que no salía, le dijo al muchacho que le abrió la puerta: "Dígale que aquí hay un cura que no se marcha sin verle".  Salió por fin don Josemaría y le abrazó diciéndole: "¡Hombre! ¡Cuánto lo siento! Me ponen un muro, no me dejan salir". (126) El muro era él mismo.
 
Por eso, antes de partir a Roma donde fijaría su residencia desde 1946 argumentaba a sus más inmediatos: "venir a hablar conmigo -aprovechaos ahora - que dentro de poco ya no lo podréis hacer, porque instalaremos una gran mansión en la misma Roma, junto al Vaticano - desde donde gobernaremos el mundo- todo ello con dinero de cada Estado y en edificios oficiales de cada uno de ellos, porque serán los mismos gobernantes los que nos lo pedirán... yo me instalaré allí y ya no podréis hablar conmigo... Aprovechaos ahora". (127)

El, de sí mismo, le gustaba repetir que "la gracia de Dios le acompañaba", (128) afirmación teológicamente soberbia. Será quizá por ello que comienza a acaparar títulos y distinciones. Un día lo será todo a la vez: cura, doctor, monseñor, prelado, marqués, anhelante de prebendas, honores y condecoraciones puede ser que para prenderlas en la sonata. Muchos socios de la Obra no han podido todavía recuperarse de los efectos negativos del "affaire" de marquesado. "Un hombre todo espiritualidad, (129) que reniega de las pompas y vanidades ¿cómo puede buscar, en la segunda mitad del siglo XX el oropel de un título de nobleza?". Claro que lo que se calla y se silencia en la Obra es que el 22 de abril de 1947 Escrivá, luego de dar una fuerte suma de dinero como limosna para obras pontificias fue nombrado "prelado doméstico de Su Santidad" cargo honorífico que daba derecho al título de monseñor (130) y que tal y mediante esta nueva forma de simonía se producían las coordenadas de causa a efecto.

Por otra parte, su secretario Antonio Pérez nos informa: "El Padre Escrivá no solía ir a reuniones en las que no quedara claro de antemano que él iba a ser la persona más importante. Por eso iba a tan pocas. Pero una tarde le invitó Ruiz Giménez a una recepción en la Embajada Española y al llegar, le saludo con un "¿Cómo está usted, padre Escrivá?". Escrivá se dió media vuelta y se marchó. Luego nos explicaba Alvaro del Portillo que aquella no era manera de tratarle. Ruiz Giménez le hubiera podido decir Padre o monseñor Escrivá, pero no "padre Escrivá". (131)

Su vanidad se halagaba al ver la trepa de muchos de sus "hijos", y ello "se convirtió en un componente de su creciente megalomanía"... Sólo tenía un rato para los importantes. "A tí un beso, por ser director general, a tí dos por ser subsecretario" les dijo a González Valdés y a García Moncó, altos cargos entonces del Ministerio de Comercio.

La cosa llegó a tanto que Escrivá impuso (132) como ritual añadido a la liturgia interna sobre el Padre, enriquecida en el Congreso General del Opus Dei de 1956, el rodillazo que se había de dar en su presencia. Escrivá exigía que se hiciera ante él la genuflexión, reverencia que en la Iglesia sólo se practica ante el Papa y que sentaba precedente en la Iglesia Católica  en la que ningún héroe ni santo de la Santa Madre Iglesia ha exigido en vida semejante acto de postración.

Incluso "el Padre les cuenta ahora que el día que se escriba la historia de la Obra se hará de rodillas". (133) Y eso que el mundo eclesiástico romano, con sus intrigas y prepotencias impresionó profundamente a Escrivá, que aseguraba a sus hijos que había que tener fe en la Iglesia "a pesar de los pesares".

A tales cotas llegaba la soberbia que nos cuenta Moncada que "a Lucho Sánchez Moreno, un peruano numerario que había trabajado conmigo en la secretaría general y que resultó ser el primer Obispo del Opus, al verle yo me acerqué a saludarle y muy sinceramente le besé el anillo pastoral. Al Padre aquello le sentó muy mal porque, en casa sólo se le besa la mano al Padre". (134)

La distinción honorífica coincide con la exacerbación del culto a la personalidad de Escrivá. Monseñor se autonombró Gran Canciller, título tradicional de la educación superior eclesiástica de la Universidad de Navarra en 1960, circunstancia que revalidó con el mismo nombramiento en la Universidad de Piura en el Perú, aunque como cuenta en la revista Area Crítica, una vinculada a la Obra, "Escrivá de Balaguer era todo lo contrario a lo que puede ser un líder popular con ganchos, torpe de palabra, sin grandes cosas que decir y con chascarrillos baratos de cura de pueblo; toda su actuación pública se fundamentaba en el culto artificial a la personalidad" (135) o como le retrata su propio secretario al decir (136) que " el zafarrancho externo coincide también con el conocido debilitamiento de la lucidez mental de Escrivá, embarcado ya en una megalomanía fomentada por sus fieles, cuyo episodio público más desgraciado podría ser la obtención de un marquesado para el Padre, el de Peralta".

El jesuita Walsh apunta que sea cual fuere la explicación, solicitar el restablecimiento o la consecución de un título nobiliario parecía impropio de alguien cuya humildad se encuentra entre las virtudes que sus partidarios enumeran mientras sigue su curso la causa de canonización. Especialmente a la luz de la máxima 677 de su tratado espiritual Camino: "Honores, distinciones, títulos..., cosas de aire, hinchazones de soberbia, mentiras, nada".

Asimismo resulta algo extraño, a la luz de esa máxima, haber reunido también una cantidad de otras condecoraciones españolas, tales como la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, la Gran Cruz de Isabel la Católica, y otras, así como también diversas medallas de oro.

No sólo era soberbio, sino halagador y demagógico, maestro en buscar golpes de efecto como en aquella ocasión que declamaba: "¡Cuándo yo muera...!" y la multitud viéndose a pique de perder a quien era su sostén y apoyo, lanzó un tremendo alarido: - ¡NOOOOOOO!. "¡Cuándo yo muera -repitió el Padre ante el sollozante gentío que le escuchaba - mandaré que arranquen mi corazón y lo entierren en el campus de esta Universidad!"(137)

Soberbio y altanero como lo evidencia (138) cuando el Padre Arrupe asumió las responsabilidades del cargo general de la Compañía de Jesús, escribió una carta a cada uno de los prepósitos de las Ordenes y Congregaciones religiosas e institutos seculares anunciándoles su intención de visitarles personalmente. Era esta una muestra del espíritu fraternal que el Padre Arrupe traía a la Compañía. Los prepósitos, unánimemente, se apresuraron a contestar que no era el general de los jesuitas quien debía visitarles a ellos, sino ellos los que estaban llamados a acudir humildemente ante el general de los jesuitas. "No vengáis vos hacia nos. Somos nos quienes vamos hacia vos". En este toma y daca de cortesía vaticana se hizo patente el deseo de todos de inaugurar una nueva etapa de la historia de las relaciones, entre las órdenes y congregaciones. Pero hubo una excepción; el Prelado General del Opus Dei, don Josemaría Escrivá de Balaguer, no contestó, así se dice, a la carta del padre Arrupe. No se arredró por ello el dinámico jesuita, ni su humildad y nueva disposición eran tan pasajeras que no pudieran resistir esta prueba. Telefoneó personalmente a Bruno Buozzi 73, la suntuosa residencia de monseñor Escrivá de Balaguer en Roma. Fuentes fidedignas informan que el padre Arrupe llamó a monseñor hasta cinco veces y las cinco se le contestó que "el Padre" no estaba en casa.

Tampoco "el Padre" tiene por costumbre contestar las cartas y menos las que le dirigen "sus hijos".

El periodista Luis Carandell solicitó ser recibido en audiencia por Escrivá; a través de Ayesta en Madrid recibió la respuesta de que "monseñor Escrivá no juzgaba que su persona fuera lo suficientemente importante como para ser objeto de una especial atención. Que no obstante, llegado el momento tendría sumo gusto en recibirle" y preguntado Ayesta sobre el plazo prudencial en que podría tener lugar la entrevista éste le dijo que dentro de unos "tres años" añadiendo la frase "delante de tí hay sesenta periodistas esperando; muchos de ellos extranjeros". La entrevista ni la audiencia se concederían nunca.

A pesar de que su formación teológica era - según sus compañeros de estudios - la de un mediocre alumno de seminario conciliar, le gustaba decir "soy tan docto de la Iglesia como el Papa", en el contexto de una ambición desmedida y loca.

Para él, sólo lo mejor era suficiente. Su capilla privada era opulenta y su cerco de inaccesibilidad era "parte del juego, parte del mito que cuidadosa y conscientemente se empezaba a construir a su alrededor." (139) Era un hombre importante y ocupado, que proyectaba una imagen de vanidad y de vacío interior y exterior, sólo cubierto por su síndrome soberbio como queriendo permanentemente ocultar un mal disimulado complejo de inferioridad y de resentimiento.

Su conocimiento de leyes y teología era escaso y parvo lo que no le impidió ser, atraído por su soberbia, miembro de la Pontificia Academia de Teología y Consultor de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, miembro de la Comisión Pontificia para la Auténtica Interpretación del Derecho Canónico, y de las Universidades del Opus, como ya hemos apuntado, Gran Canciller. Y es que era de la opinión que el dinero todo lo puede, como poderoso caballero, porque todo tiene, en la mentalidad de Escrivá su precio y su resistencia.

Tenía un regusto por la grandeza para olvidarse de sus propias miserias. Su pasión por la ostentación contrasta con sus protestas de humildad.

En vida decidió e hizo cumplir que cada vez que llegara a España le fueran a esperar, junto a las autoridades de la Obra, todos los ministros de Franco que pertenecieran a la misma. Era un placer que halagaba su jactancia.

Si Escrivá por una parte era un soberbio contumaz, también estaba poseído por la avaricia, por un afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. Era un gran materialista, avariento e insaciable. Y eso lo sabe todo el mundo viendo las propiedades del Opus Dei, aunque traten de camuflarlas a través de personas interpuestas, de fiduciarios selectos. Monseñor quería el dominio de todo, la posesión de cuanto más, mejor.

Ese disimulo para la pertenencia lo manifestó desde sus primeros tiempos cuando ya abrió la academia DYA en 1928 - "oficialmente abreviación de 'Derecho y Arquitectura', carreras favoritas del fundador y en realidad 'Dios y Audacia' en el lenguaje secreto de los socios de la Obra - ya estaba registrada legalmente a nombre de segundas, terceras y cuartas personas. Nadie, legalmente podría decir que aquella escuela de futuros dirigentes de la Organización, era propiedad de Escrivá". (140)

Si para él lo quería todo, para los demás su consejo era "llevarlos cortos de dinero, y que aprendan a usarlo, aunque concretaba - es mejor que lo manejen cuando se lo ganen, (141) la cita está tomada de su biógrafo oficial.

Su tesón por las ganancias le lleva ya desde muy jovencito, cuando llega como sacerdote a la capital de España, a hacerse "asesor espiritual de damas de alcurnia". (142) Más tarde, ya al final, hace varios años, el presupuesto de Torreciudad según estimaciones lo aproximaban a los dos mil millones de pesetas...

No quería desperdiciar ocasión ni oportunidad y cuando el generalísimo Franco asume la educación y formación del entonces príncipe Juan Carlos, Escrivá está atento a ello y consigue participar desde sus comienzos en el entorno didáctico del principito para sacar la mejor tajada en el futuro. "En el verano del 47 - cuenta Antonio Pérez - yo estaba en Molinoviejo, la casa de ejercicios de la Obra, cerca de Segovia. Una tarde apareció por allí Carrero Blanco que fue recibido por el Padre y un rato después llegó Eugenio Vegas Latapié, acompañado por Rafael Calvo Serer. Yo entonces no sabía nada de lo que se tramaba aunque Eugenio Vegas, que había sido Letrado del Consejo de Estado, al enterarse de que yo también lo era, empezó a conversar conmigo. Luego supe que aquella fue la primera reunión entre, representantes de Don Juan y Franco, acerca de la educación del Príncipe".

Escrivá estaba a favor de que después de Franco reinara en España don Juan de Borbón, al que tuvo ocasión de tratar en Roma. En el equipo de educadores del príncipe estaban bastantes numerarios y entre ellos destaca Angel López Amo, que moriría en un accidente en los Estados Unidos en 1957 o también Federico Suárez. (143)

Hablando de "los del Opus", el escritor Francisco Umbral (144) publicaba un artículo en la prensa diaria en el que reflexionaba que "a uno se le hace difícil creer que monseñor Escrivá fuese capaz de planear todo esto, dado el carácter silvano y ágrafo de su apostolado. El "Madrid" de Calvo Serer ensaya un antifranquismo que dispara no sabemos desde donde ni en nombre de qué. El Opus ha vuelto a lo suyo, de donde nunca debiera haber salido: el apostolado monetarista. Y mucho valium para los disidentes. La Basílica del Opus (arquitectónicamente inaceptable) que hoy se levanta en Barbastro, es la respuesta de Escrivá a las humillaciones que sufrió en su pueblo".

No hay que olvidar que aunque en sus primeros tiempos en Madrid eligió a jesuitas como directores espirituales, más tarde se volvería contra ellos, por considerarlos un obstáculo en su carrera hacia la avaricia. Escrivá empezó a desarrollar entonces una mentalidad de que el fin justifica los medios y predica una y otra vez que la limosna cubre la muchedumbre de los pecados (145) animando a los socios a dar sablazos continuos. Con este motivo se organiza la operación Colegio Romano en la que se expiden títulos de cooperador a quienes dan dinero y en la que toda la maquinaria administrativa de la Obra se pone al servicio de la recaudación.

Recuerda Miguel Fisac (146) que en la operación de la compra del palacete de Bruno Buozzi colaboró algo con Alvaro del Portillo. Y a continuación hizo los bocetos de la ampliación de la zona posterior de servicio del palacio. Pero chocó con las ideas e imposiciones arquitectónicas del padre Escrivá: decoraciones ampulosas, con mármoles y lujosa ornamentación.

Era sabido por todos que el propio Escrivá, para obtener beneficios y amasar dinero, estimulaba el tráfico de influencias, encargando gestiones concretas cerca de comerciantes amigos a los que se prometía contactos en los ministerios desempeñados por gentes de la Obra. (147)

Escrivá había encumbrado al altar al becerro de oro, lo adoraba como Aarón, el hermano de Moisés, quería ser el sumo sacerdote donde la opulencia y la riqueza fueran los valores supremos.

Creó el hábito del "óbolo al Padre" como otrora fuera el de San Pedro. "El tema de los regalos al Padre se fue convirtiendo en obsesivo - cuenta Antonio Pérez, secretario de Escrivá -. Se iba poniendo de moda que cada visita de un conciliario a Roma significaba la obligación de un óbolo al Padre en forma de dinero o regalos de importancia.

"Cuando se logró para el Padre - a petición propia -la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, yo, en el primer viaje que hice, le llevé una normal, de plata sobredorada y esmaltes, que fue recibida casi como una ofensa. Poco después supe que Alvaro había encargado otra con brillantes". (148) El culto a Mamón era uno de los perfiles característicos de la personalidad de Escrivá.

Para Yvon Le Vaillant, tal vez no apeteciera sólo el marquesado de Peralta por simple preocupación de gloria nobiliaria pero "no es tanto la nobleza cuanto la tesorería y la posesión de una red internacional de infiltración". (149) De nuevo la tesorería emerge en las fibras de monseñor.

Camino, que pretende estar en una línea religiosa de lo mas tradicional, tiende a formar burgueses que buscan influir en el mundo a través de éxito material. (150) Presenta a un mismo tiempo un cristianismo de Cruzada típicamente español y a un cristianismo eficaz adaptado a la burguesía de negocios.

Buscaba el dinero, la riqueza y el poder por todos los medios financieros a su alcance, incluida la política, objetivo secundario pero indispensable para el primero, la hegemonía financiera, aunque cínica y farisaicamente en una entrevista decía que "si se diera alguna vez una intromisión del Opus Dei en la política, el primer enemigo de la Obra sería yo", y a lo mejor lo era de la auténtica y genuina obra de Dios.

Con la misma hipocresía que hoy entre los argumentos para que monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, Marqués de Peralta, sea declarado oficialmente por la Iglesia santo "en base a sus muchas virtudes, entre ellas su pobreza y humildad", (151) no es para sonreír, sino para soltar la gran carcajada universal.

Escrivá se jactaba de conocer bien con algunos de sus hombres los vericuetos laberínticos de los pasillos y las estancias vaticanas y se "ufanaba de haber hecho algunas trampillas burocráticas para el mejor fin de sus planes. La última firma de Pío XII se consiguió literalmente en su lecho de muerte. Parece que incluso el documento original conserva las huellas de esa circunstancia". (152) No es de extrañar, cuando la enseñanza que impartía monseñor era que "tenemos que ser pillos y además de pillos, audaces".

El periodista Mario Rodríguez Aragón declaraba (153) que "no creía en la pobreza de los que viven en la opulencia, en el apostolado de aquellos que andan a la conquista de bienes materiales", al referirse a Escrivá y su Obra.

Claro que la antología del disparate fue pronunciada por el avaro Escrivá cuando dijo sin sonrojo: "la riqueza del Opus es su pobreza". (154)

Sobre la lujuria ya hemos hecho alusión al referirnos al sentido carnal y lascivo del Fundador del Opus Dei. Era lujurioso por, ese deseo irrefrenable y no reprimido de los deleites carnales prohibidos.

"Yo uso Atkinsons, la colonia inglesa... huele, huele", (155) siseaba a veces a alguno de los miembros de su círculo interior. El Dr. Donato Fuejo Lago, especialista de pulmón y corazón de Madrid, opinaba (156) que Escrivá "y toda su acción visible me parecen cursis y ridículas, y no hay nada que me produzca más repulsión que la cursilería".

Monseñor era en su juventud presumido y mundano y según el padre Hugo, coetáneo de su época de seminarista, marchaba siempre "un poquito separado de la fila" como si no quisiera confundirse con los demás. Para don Luis Borraz, el vicario general de la diócesis, era un "vanidosillo". Para otro compañero era "muy presumido", incluso de seminarista, "llevaba siempre el bonete ladeado".

El jesuita padre Llanos (157) fue invitado con motivo de un viaje a Roma a visitar la fastuosa villa donde residía monseñor Escrivá. Le hicieron pasar a una sala y tras una breve espera apareció en la puerta el fundador del Opus Dei con los brazos tendidos hacia delante, como solía, en santo ademán. Pensó sin duda Llanos que Escrivá iba a abrazarle, pero aquí viene lo significativo del episodio -cuál no sería su sorpresa cuando el prelado general del Opus Dei se adelantó hacia él con paso vivo y postrándose a las plantas del jesuita comenzó a mascullar con voz de profunda emoción: "¡Soy un pecador! ¡Soy un pecador! Padre Llanos ¡soy un pecador!".

No era amante de la música clásica; por el contrario se deleitaba con los cuplés de Conchita Piquer.

Su afición por los "jóvenes guapos", por el refinamiento afeminado y por la concupiscencia, no son secreto para nadie aunque sobre el particular se guarda con celoso sigilo. Para Vladimir Felzmann, inglés de origen checo y socio de la Obra desde 1952 que llegó a ser sacerdote, (158) "el fundador... podría ser duro como el hielo y tierno como cualquier madre".

Sobre su ira son muchas las anécdotas, los episodios, las escenas protagonizadas por Escrivá. A veces se comportaba como si la furia de los elementos se hubiera desatado, con una indignación y un enojo, por cosas banales y sin importancia. Su carácter a veces se agriaba y entraba en fases coléricas, en irritaciones "bíblicas".

Tenía los rasgos de "ingenio y violencia de carácter propios de un aragonés". (159) Su propio secretario, Antonio Pérez, narra que "el Padre en presencia de chicos jóvenes de la Obra me echó una gran bronca, como si yo hubiera sido el culpable de que fuera elegido Montini. En el fondo se desahogó conmigo de su frustración y puso verde a Montini, acusándole de masón y de otras lindezas. Estaba muy excitado y previno que todos los que habían cooperado en esa elección se iban a condenar al infierno". (160)

Para una antigua numeraria (161) "esa manera de ser y de actuar en la Obra es consecuencia unida de los enfados del Padre, y de sus enérgicas reprimendas. Unas las hemos vivido y de otras nos han hablado para que aprendiéramos más".

Un cercano colaborador (162) nos recuerda que le "impresionó la violencia con que Escrivá abominaba en mi presencia de un sacerdote secularizado, que había ocupado una posición directiva en la obra: "¡Ya le he mandado por notario dos excomuniones!" Podría decirse que es encantador, grato y persuasivo cuando se está a su favor e intolerante, intratable y grosero (163) cuando no se aceptan sus criterios.

Cuando tenía que reprender a alguien "lo hacía con energía". (164) Su temperamento se agriaba en esos trances, sus arrebatos de ira se hacían más frecuentes y la gente que le rodeaba, incluso la más cercana y leal, pasaba más de un mal rato en tales lances. (165) Era insoportable... Tenía lo que suele llamarse "bruscas y violentas cóleras (166) en las que monseñor pierde los estribos y empieza a gritar". Solía decir cuando estaba enfadado: "para el que abandone el Opus Dei no doy diez céntimos por su alma".

A una asociada (167) que estuvo durante largo tiempo en el Instituto desempeñando misiones de alguna importancia y que luego salió, la llamó a Roma y según ella misma la increpó duramente diciéndole: "¡La Magdalena era una pecadora pero tú eres una corruptora!" y la amenazó afirmando que "si se filtra algo de lo que tú has visto en la Obra, yo haré publicar un editorial contra tí en todos los periódicos del mundo."

La cólera de monseñor es sagrada. En una ocasión (168) el Padre Escrivá asistía a una comida con seis u ocho personalidades altamente representativas de los movimientos católicos españoles. Se produjo en un momento dado una discusión de escasa importancia entre monseñor y alguno de los comensales. El Padre fue acalorándose y cuando se demostró que era él quien tenía razón en la disputa miró de frente a su oponente y, en un gesto que debe considerarse sin precedentes, le sacó la lengua, dejando a los comensales mudos de asombro y desolación.

Después de las iras epilépticas de Escrivá, utilizaba otros medios contra sus contrincantes y tenía un "habitual sistema de difamación". (169)

El cuadro de su acendrada personalidad quedaría incompleto sin hablar de la gula, de esa falta de comedimiento en el comer y en el beber, de ese apetito exagerado por los manjares del gusto, por esa glotonería manifiesta.

Era un exquisito. "El Padre solía beber agua de Solares, pero después de hablarse de aquel fraude que se corrió sobre dicha agua, al Padre le llevan con él a donde vaya agua mineral francesa, que ha sustituido definitivamente a la anterior. Para él y a las casas que visita -continúa el testimonio de la asociada (170) -se traslada cada vez todo un equipo de personas especializadas que son las encargadas de servirle (comedor, cocina, planchado, limpieza, etc.) a él y sólo a él. Yo he tenido que dar por inservible un colchón para el Padre, expresamente comprado para él y sin estrenar, porque le faltaban tres centímetros de ancho de las medidas establecidas y hubo que sustituirlo por otro nuevo. A América se han mandado melones en avión expresamente para el Padre, porque al Padre le gustan y allí no los hay.

Aparentemente era austero en las comidas "aunque se ingeniaba para ocultar esa austeridad cuando teníamos invitados". (171) Su dieta de diabético le hacía sufrir porque le encantaba comer y beber bien. (172) En las casas por donde iba se extremaban las atenciones.

Había frutas. Muchas naranjas, aunque no fuese la estación, por si el Padre pedía un jugo, docenas de cajas de bombones por si le apetecía uno, cajas de vino de marca "que si sois discretas y pillas me serviréis en jarra". El perfeccionismo doméstico debía llegar al máximo con el Padre quien a veces echaba las correspondientes broncas. En una ocasión pidió la séptima tortilla porque las seis anteriores no estaban a su gusto.

María del Carmen Tapia comentó que todo aquello con lo que Escrivá de Balaguer comía, o de lo que comía, tenía que ser de gran calidad. Los platos eran de la mejor porcelana, los cubiertos de plata. (173) Según un arzobispo al que llevaron allí a comer en 1965, durante la última sesión del Concilio Vaticano, la vajilla era chapada en oro. El arzobispo (aunque entonces era sólo obispo y recién consagrado) es un hombre de una considerable conciencia social. Le fue imposible conciliar los platos de oro con la vida cristiana que él esperaba en un hombre de tal distinción en la Iglesia. También le fue imposible comer aquellos alimentos exquisitamente preparados y perfectamente servidos.

En público no probaba los licores pero "se refería a sí mismo diciendo que, para fundador bueno, el que venía embotellado" y esta frase la interpreta su biógrafo que la decía porque se consideraba a sí mismo "fundador sin fundamento". (174)

La envidia era una consecuencia de su avaricia y de su rapiña. Lo deseaba todo y las cosas de los demás, del prójimo, las codiciaba.

Sobre su pereza, era mental. "Muy raras veces Josemaría Escrivá había accedido a hablar a través de la prensa" escribe su amigo Julián Cortés Cavanillas. (175) Monseñor tampoco apenas aparece en público y casi siempre exclusivamente ante los socios de la Obra o simpatizantes conocidos, más que en contadísimas ocasiones. El repertorio de preguntas en las tertulias a las que asistía y a los encuentros que tan poco proliferaran, estaban ensayados y sabía de antemano qué se le iba a preguntar, y cómo y de qué manera. Gustaba pasar inadvertido según el lema de su vida: "ocultarme y desaparecer es lo mío". (176)

Aunque su lema era que "el trabajo os hará santos", que nos recuerda aquel frontispicio de los campos de concentración alemanes: "El trabajo os hará libres", disfrutaba más con el trabajo ajeno que con el propio, lo que gozaba realmente era con que se trabajara incansablemente para él con disciplina, sumisión y obediencia, como una nueva fórmula de esclavitud, a través de su instrumento de la Obra de Dios.


REFERENCIAS

120. Carandell, p 103.
121. Bernal, p 36.
122. Ibid.
123. Jardiel Poncela, op cit, p 65.
124. Vicente Gracia, p 11.
125. Moreno, "El Opus Dei, anexo a una historia", p 20.
126. Carandell, p 26.
127. Moreno, "La otra cara del Opus Dei", p 36.
128. Le Vaillant, p 9.
129. Moncada, "El Opus Dei: Una interpretación", pp 126-127.
130. Ynfante, "La prodigiosa aventura del Opus Dei", p 30.
131. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 63.
132. Ibid, p 72.
133. Vicente Gracia, p 198.
134. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 29.
135. Area Crítica, op cit.
136. Antonio Pérez, citado en Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 85.
137. Carandell, p 106.
138. Ibid, pp 17-18.
139. Walsh, p 210.
140. Revista "Tiempo" (07 julio 1986).
141. Bernal, p 49.
142. García Romanillos, op cit.
143. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 65.
144. Umbral, Francisco, "Los del Opus Dei," Diario "El País" (20 enero 1986).
145. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 37.
146. Ibid.
147. Ibid, p 53.
148. Ibid, pp 53-54.
149. Le Vaillant, p 254.
150. Wast, Jesuitas, "Opus Dei y Cursillos de Cristiandad", p 61.
151. Magaña, p 117.
152. Moncada, Historia oral del Opus Dei, p 24.
153. Jardiel Poncela, p 175.
154. Le Vaillant, p 187.
155. Vicente Gracia, p 44.
156. Jardiel Poncela, p 88.
157. Carandell, p 131.
158. Walsh, p 19.
159. García Romanillos, op cit.
160. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 27.
161. Moreno, "El Opus Dei, anexo a una historia", p 134.
162. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 27.
163. Ibid, p 126.
164. Le Tourneau, p 21.
165. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 117.
166. Carandell, p 152.
167. Ibid.
168. Ibid, p 154.
169. Moreno, "La otra cara del Opus Dei", p 40.
170. Moreno, "El Opus Dei, anexo a una historia", p 134.
171. Le Tourneau, p 14.
172. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 107.
173. Walsh, p 207.
174. Bernal, p 9.
175. Diario "ABC" (14 septiembre 1986), p 52.
176. Bernal, p 10.


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