CAPÍTULO
II
LA VIDA OCULTA DE
ESCRIVÁ DE BALAGUER
7. Escrivá y los siete pecados
capitales
El primer pecado
capital es la soberbia, ese orgullo desmedido que conlleva un exceso de
falsa magnificencia, de boato y de pompa innecesaria. Es la altivez
despreciativa una nota sobresaliente a los soberbios con grandes dosis
de arrogancia.
Escrivá de Balaguer era un soberbio nato y sin
escrúpulos. La soberbia la llevaba inoculada en su sangre y en
sus vísceras. Así, cuando el Conde de Barcelona, Don Juan
de Borbón, padre del actual rey de España, visitó
a Escrivá de Balaguer en su residencia romana, el fundador del
Opus le acompañó como solía hacerlo con los
visitantes ilustres, a recorrer la casa. "Cuando entró la
comitiva en la espléndida basílica, Escrivá se
acercó al coro de madera noble tallada y sentándose en el
sillón que le está reservado, y que parece algo
más adelantado que los demás, empezó a explicar a
D. Juan de Borbón que él se sentaba todos los días
ahí y hablaba con Dios de esta manera: - Señor,
Josemaría ha hecho mucho por la Iglesia". (120) La escena nos recuerda
a una parábola de los Evangelios escenificada.
Su vanidad y su soberbia le llevan el día del fallecimiento de
su madre a llamar el día 22 de abril de 1941 al Gobernador Civil
de Lérida al que tutea:
- Oye, Juan Antonio, se ha muerto mi madre. ¿Cómo
podría llegar pronto a Madrid?
- Ahora va el coche mío con el chófer. (121)
Los restos de su madre reposan en la cripta del oratorio de Santa
María de la Paz, en la casa central del Opus Dei, en la calle
Diego de León de Madrid, junto con los hermanos de José
María, pues los miembros de la familia Escrivá no
podían mezclar sus restos mortales con los muertos que yacen en
los cementerios municipales, ni en ninguna sacramental. En la cripta
especial y con privilegio, pinturas al óleo regias y con aires
aristocráticos donde están plasmados no sólo el
Padre, sino sus antepasados, "auténticos alardes de grandeza
para una familia de procedencia sencilla". (122) ¿A qué
todo eso? ¿Acaso hay que seguir llamándolo pobreza?
Incluso para la designación de su cargo como Prelado de la Obra
lo quiso vitalicio, circunstancia verdaderamente excepcional en las
instituciones de la Iglesia donde sólo el "papa negro", el
prepósito general de los jesuitas, goza de tal privilegio.
Como dice el premio Nobel de Literatura español, Camilo
José Cela, "el mismo nombre de la sociedad, Opus Dei, ya
encierra demasiada soberbia: Obra de Dios, así, con
mayúscula, es una estrella que brilla en el firmamento, o una
puesta de sol, o un pájaro que vuela, o una mujer hermosa. Pero
una sociedad hecha por los hombres, por nobles que sean sus fines, no
es Obra de Dios, sino de los hombres; recuerde aquello del libre
albedrío". (123)
Claro que el soberbio Escrivá no se recataba en decir: "Papas he
conocido varios, obispos conocéis todos un montón, pero
fundador sólo uno y Dios os pedirá cuenta de haber vivido
en la época del Padre", tales eran las palabras que
monseñor en el curso de una meditación dirigida a un
grupo de "hijos" suyos en Londres en 1962. Argumento que repite en
privado: "Mira, Alvaro. Obispos los he conocido como borregos,
cardenales a montones, Papas como media docena... pero fundadores del
Opus Dei sólo hay uno. Y ese soy yo". (124) Era la soberbia en
persona.
Como decía una antigua adepta a la Obra: No creo posible que la
santidad Monseñor pueda basarse precisamente en la sencillez o
en la humildad. A modo de ejemplo: monseñores en la Obra
había varios; es un título honorífico que en la
Curia romana abunda mucho; lo eran, entre otros, Alvaro del Portillo -
después obispo -, Salvador Canals y varios más. Pero este
dato se ha preferido ignorar hasta que monseñor Escrivá
ha muerto. Viviendo él, sólo de él debía
hablarse. Tampoco en la Obra, ningún sacerdote es Padre,
sólo lo es monseñor Escrivá.
También es sintomático el hecho de que monseñor
Escrivá jamás asistiera, en los muchos años de su
estancia en Roma, a los funerales de ningún cardenal, ni de
ninguna personalidad. "El sólo recibe en casa", se solía
argumentar. (125)
Su falsa modestia viene reflejada en la siguiente anécdota
cuando un sacerdote navarro, el padre Iribarren, que le visitaba hacia
1935 en la residencia de Ferraz, cuenta lo mucho que le costó ya
que le recibiera. "Repetidas veces tuvo que anunciarse y, finalmente,
viendo que no salía, le dijo al muchacho que le abrió la
puerta: "Dígale que aquí hay un cura que no se marcha sin
verle". Salió por fin don Josemaría y le
abrazó
diciéndole: "¡Hombre! ¡Cuánto lo siento! Me
ponen un muro, no me dejan salir". (126) El muro era él
mismo.
Por eso, antes de partir a Roma donde fijaría su residencia
desde 1946 argumentaba a sus más inmediatos: "venir a hablar
conmigo -aprovechaos ahora - que dentro de poco ya no lo podréis
hacer, porque instalaremos una gran mansión en la misma Roma,
junto al Vaticano - desde donde gobernaremos el mundo- todo ello con
dinero de cada Estado y en edificios oficiales de cada uno de ellos,
porque serán los mismos gobernantes los que nos lo
pedirán... yo me instalaré allí y ya no
podréis hablar conmigo... Aprovechaos ahora". (127)
El, de sí mismo, le gustaba repetir que "la gracia de Dios le
acompañaba", (128) afirmación
teológicamente soberbia. Será quizá por ello que
comienza a acaparar títulos y distinciones. Un día lo
será todo a la vez: cura, doctor, monseñor, prelado,
marqués, anhelante de prebendas, honores y condecoraciones puede
ser que para prenderlas en la sonata. Muchos socios de la Obra no han
podido todavía recuperarse de los efectos negativos del
"affaire" de marquesado. "Un hombre todo espiritualidad, (129) que reniega de las
pompas y vanidades ¿cómo puede buscar, en la segunda
mitad del siglo XX el oropel de un título de nobleza?". Claro
que lo que se calla y se silencia en la Obra es que el 22 de abril de
1947 Escrivá, luego de dar una fuerte suma de dinero como
limosna para obras pontificias fue nombrado "prelado doméstico
de Su Santidad" cargo honorífico que daba derecho al
título de monseñor (130) y que tal y mediante
esta nueva forma de simonía se producían las coordenadas
de causa a efecto.
Por otra parte, su secretario Antonio Pérez nos informa: "El
Padre Escrivá no solía ir a reuniones en las que no
quedara claro de antemano que él iba a ser la persona más
importante. Por eso iba a tan pocas. Pero una tarde le invitó
Ruiz Giménez a una recepción en la Embajada
Española y al llegar, le saludo con un "¿Cómo
está usted, padre Escrivá?". Escrivá se dió
media vuelta y se marchó. Luego nos explicaba Alvaro del
Portillo que aquella no era manera de tratarle. Ruiz Giménez le
hubiera podido decir Padre o monseñor Escrivá, pero no
"padre Escrivá". (131)
Su vanidad se halagaba al ver la trepa de muchos de sus "hijos", y ello
"se convirtió en un componente de su creciente
megalomanía"... Sólo tenía un rato para los
importantes. "A tí un beso, por ser director general, a
tí dos por ser subsecretario" les dijo a González
Valdés y a García Moncó, altos cargos entonces del
Ministerio de Comercio.
La cosa llegó a tanto que Escrivá impuso (132) como ritual
añadido a la liturgia interna sobre el Padre, enriquecida en el
Congreso General del Opus Dei de 1956, el rodillazo que se había
de dar en su presencia. Escrivá exigía que se hiciera
ante él la genuflexión, reverencia que en la Iglesia
sólo se practica ante el Papa y que sentaba precedente en la
Iglesia Católica en la que ningún héroe ni
santo de la Santa Madre Iglesia ha exigido en vida semejante acto de
postración.
Incluso "el Padre les cuenta ahora que el día que se escriba la
historia de la Obra se hará de rodillas". (133) Y eso que el mundo
eclesiástico romano, con sus intrigas y prepotencias
impresionó profundamente a Escrivá, que aseguraba a sus
hijos que había que tener fe en la Iglesia "a pesar de los
pesares".
A tales cotas llegaba la soberbia que nos cuenta Moncada que "a Lucho
Sánchez Moreno, un peruano numerario que había trabajado
conmigo en la secretaría general y que resultó ser el
primer Obispo del Opus, al verle yo me acerqué a saludarle y muy
sinceramente le besé el anillo pastoral. Al Padre aquello le
sentó muy mal porque, en casa sólo se le besa la mano al
Padre". (134)
La distinción honorífica coincide con la
exacerbación del culto a la personalidad de Escrivá.
Monseñor se autonombró Gran Canciller, título
tradicional de la educación superior eclesiástica de la
Universidad de Navarra en 1960, circunstancia que revalidó con
el mismo nombramiento en la Universidad de Piura en el Perú,
aunque como cuenta en la revista Area
Crítica, una vinculada a
la Obra, "Escrivá de Balaguer era todo lo contrario a lo que
puede ser un líder popular con ganchos, torpe de palabra, sin
grandes cosas que decir y con chascarrillos baratos de cura de pueblo;
toda su actuación pública se fundamentaba en el culto
artificial a la personalidad" (135)
o como le retrata su propio secretario al decir (136) que " el zafarrancho
externo coincide también con el conocido debilitamiento de la
lucidez mental de Escrivá, embarcado ya en una
megalomanía fomentada por sus fieles, cuyo episodio
público más desgraciado podría ser la
obtención de un marquesado para el Padre, el de Peralta".
El jesuita Walsh apunta que sea cual fuere la explicación,
solicitar el restablecimiento o la consecución de un
título nobiliario parecía impropio de alguien cuya
humildad se encuentra entre las virtudes que sus partidarios enumeran
mientras sigue su curso la causa de canonización. Especialmente
a la luz de la máxima 677 de su tratado espiritual Camino:
"Honores, distinciones, títulos..., cosas de aire, hinchazones
de soberbia, mentiras, nada".
Asimismo resulta algo extraño, a la luz de esa máxima,
haber reunido también una cantidad de otras condecoraciones
españolas, tales como la Gran Cruz de San Raimundo de
Peñafort, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, la Gran Cruz de
Isabel la Católica, y otras, así como también
diversas medallas de oro.
No sólo era soberbio, sino halagador y demagógico,
maestro en buscar golpes de efecto como en aquella ocasión que
declamaba: "¡Cuándo yo muera...!" y la multitud
viéndose a pique de perder a quien era su sostén y apoyo,
lanzó un tremendo alarido: - ¡NOOOOOOO!.
"¡Cuándo yo muera -repitió el Padre ante el
sollozante gentío que le escuchaba - mandaré que
arranquen mi corazón y lo entierren en el campus de esta
Universidad!"(137)
Soberbio y altanero como lo evidencia (138) cuando el Padre Arrupe
asumió las responsabilidades del cargo general de la
Compañía de Jesús, escribió una carta a
cada uno de los prepósitos de las Ordenes y Congregaciones
religiosas e institutos seculares anunciándoles su
intención de visitarles personalmente. Era esta una muestra del
espíritu fraternal que el Padre Arrupe traía a la
Compañía. Los prepósitos, unánimemente, se
apresuraron a contestar que no era el general de los jesuitas quien
debía visitarles a ellos, sino ellos los que estaban llamados a
acudir humildemente ante el general de los jesuitas. "No vengáis
vos hacia nos. Somos nos quienes vamos hacia vos". En este toma y daca
de cortesía vaticana se hizo patente el deseo de todos de
inaugurar una nueva etapa de la historia de las relaciones, entre las
órdenes y congregaciones. Pero hubo una excepción; el
Prelado General del Opus Dei, don Josemaría Escrivá de
Balaguer, no contestó, así se dice, a la carta del padre
Arrupe. No se arredró por ello el dinámico jesuita, ni su
humildad y nueva disposición eran tan pasajeras que no pudieran
resistir esta prueba. Telefoneó personalmente a Bruno Buozzi 73,
la suntuosa residencia de monseñor Escrivá de Balaguer en
Roma. Fuentes fidedignas informan que el padre Arrupe llamó a
monseñor hasta cinco veces y las cinco se le contestó que
"el Padre" no estaba en casa.
Tampoco "el Padre" tiene por costumbre contestar las cartas y menos las
que le dirigen "sus hijos".
El periodista Luis Carandell solicitó ser recibido en audiencia
por Escrivá; a través de Ayesta en Madrid recibió
la respuesta de que "monseñor Escrivá no juzgaba que su
persona fuera lo suficientemente importante como para ser objeto de una
especial atención. Que no obstante, llegado el momento
tendría sumo gusto en recibirle" y preguntado Ayesta sobre el
plazo prudencial en que podría tener lugar la entrevista
éste le dijo que dentro de unos "tres años"
añadiendo la frase "delante de tí hay sesenta periodistas
esperando; muchos de ellos extranjeros". La entrevista ni la audiencia
se concederían nunca.
A pesar de que su formación teológica era - según
sus compañeros de estudios - la de un mediocre alumno de
seminario conciliar, le gustaba decir "soy tan docto de la Iglesia como
el Papa", en el contexto de una ambición desmedida y loca.
Para él, sólo lo mejor era suficiente. Su capilla privada
era opulenta y su cerco de inaccesibilidad era "parte del juego, parte
del mito que cuidadosa y conscientemente se empezaba a construir a su
alrededor." (139)
Era un hombre importante y ocupado, que proyectaba una imagen de
vanidad
y de vacío interior y exterior, sólo cubierto por su
síndrome soberbio como queriendo permanentemente ocultar un mal
disimulado complejo de inferioridad y de resentimiento.
Su conocimiento de leyes y teología era escaso y parvo lo que no
le impidió ser, atraído por su soberbia, miembro de la
Pontificia Academia de Teología y Consultor de la Sagrada
Congregación de Seminarios y Universidades, miembro de la
Comisión Pontificia para la Auténtica
Interpretación del Derecho Canónico, y de las
Universidades del Opus, como ya hemos apuntado, Gran Canciller. Y es
que era de la opinión que el dinero todo lo puede, como poderoso
caballero, porque todo tiene, en la mentalidad de Escrivá su
precio y su resistencia.
Tenía un regusto por la grandeza para olvidarse de sus propias
miserias. Su pasión por la ostentación contrasta con sus
protestas de humildad.
En vida decidió e hizo cumplir que cada vez que llegara a
España le fueran a esperar, junto a las autoridades de la Obra,
todos los ministros de Franco que pertenecieran a la misma. Era un
placer que halagaba su jactancia.
Si Escrivá por una parte era un soberbio contumaz,
también estaba poseído por la avaricia, por un
afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas.
Era un gran materialista, avariento e insaciable. Y eso lo sabe todo el
mundo viendo las propiedades del Opus Dei, aunque traten de camuflarlas
a través de personas interpuestas, de fiduciarios selectos.
Monseñor quería el dominio de todo, la posesión de
cuanto más, mejor.
Ese disimulo para la pertenencia lo manifestó desde sus primeros
tiempos cuando ya abrió la academia DYA en 1928 - "oficialmente
abreviación de 'Derecho y Arquitectura', carreras favoritas del
fundador y en realidad 'Dios y Audacia' en el lenguaje secreto de
los socios de la Obra - ya estaba registrada legalmente a nombre de
segundas, terceras y cuartas personas. Nadie, legalmente podría
decir que aquella escuela de futuros dirigentes de la
Organización, era propiedad de Escrivá". (140)
Si para él lo quería todo, para los demás su
consejo era "llevarlos cortos de dinero, y que aprendan a usarlo,
aunque concretaba - es mejor que lo manejen cuando se lo ganen, (141) la cita
está tomada de su biógrafo oficial.
Su tesón por las ganancias le lleva ya desde muy jovencito,
cuando llega como sacerdote a la capital de España, a hacerse
"asesor espiritual de damas de alcurnia". (142) Más tarde, ya
al final, hace varios años, el presupuesto de Torreciudad
según estimaciones lo aproximaban a los dos mil millones de
pesetas...
No quería desperdiciar ocasión ni oportunidad y cuando el
generalísimo Franco asume la educación y formación
del entonces príncipe Juan Carlos, Escrivá está
atento a ello y consigue participar desde sus comienzos en el entorno
didáctico del principito para sacar la mejor tajada en el
futuro. "En el verano del 47 - cuenta Antonio Pérez - yo estaba
en Molinoviejo, la casa de ejercicios de la Obra, cerca de Segovia. Una
tarde apareció por allí Carrero Blanco que fue recibido
por el Padre y un rato después llegó Eugenio Vegas
Latapié, acompañado por Rafael Calvo Serer. Yo entonces
no sabía nada de lo que se tramaba aunque Eugenio Vegas, que
había sido Letrado del Consejo de Estado, al enterarse de que yo
también lo era, empezó a conversar conmigo. Luego supe
que aquella fue la primera reunión entre, representantes de Don
Juan y Franco, acerca de la educación del Príncipe".
Escrivá estaba a favor de que después de Franco reinara
en España don Juan de Borbón, al que tuvo ocasión
de tratar en Roma. En el equipo de educadores del príncipe
estaban bastantes numerarios y entre ellos destaca Angel López
Amo, que moriría en un accidente en los Estados Unidos en 1957 o
también Federico Suárez. (143)
Hablando de "los del Opus", el escritor Francisco Umbral (144) publicaba un
artículo en la prensa diaria en el que reflexionaba que "a uno
se le hace difícil creer que monseñor Escrivá
fuese capaz de planear todo esto, dado el carácter silvano y
ágrafo de su apostolado. El "Madrid" de Calvo Serer ensaya un
antifranquismo que dispara no sabemos desde donde ni en nombre de
qué. El Opus ha vuelto a lo suyo, de donde nunca debiera haber
salido: el apostolado monetarista. Y mucho valium para los disidentes.
La Basílica del Opus (arquitectónicamente inaceptable)
que hoy se levanta en Barbastro, es la respuesta de Escrivá a
las humillaciones que sufrió en su pueblo".
No hay que olvidar que aunque en sus primeros tiempos en Madrid
eligió a jesuitas como directores espirituales, más tarde
se volvería contra ellos, por considerarlos un obstáculo
en su carrera hacia la avaricia. Escrivá empezó a
desarrollar entonces una mentalidad de que el fin justifica los medios
y predica una y otra vez que la limosna cubre la muchedumbre de los
pecados (145)
animando a los socios a dar sablazos continuos. Con este motivo se
organiza la operación Colegio Romano en la que se expiden
títulos de cooperador a quienes dan dinero y en la que toda la
maquinaria administrativa de la Obra se pone al servicio de la
recaudación.
Recuerda Miguel Fisac (146)
que en la operación de la compra del palacete de Bruno Buozzi
colaboró algo con Alvaro del Portillo. Y a continuación
hizo los bocetos de la ampliación de la zona posterior de
servicio del palacio. Pero chocó con las ideas e imposiciones
arquitectónicas del padre Escrivá: decoraciones
ampulosas, con mármoles y lujosa ornamentación.
Era sabido por todos que el propio Escrivá, para obtener
beneficios y amasar dinero, estimulaba el tráfico de
influencias, encargando gestiones concretas cerca de comerciantes
amigos a los que se prometía contactos en los ministerios
desempeñados por gentes de la Obra. (147)
Escrivá había encumbrado al altar al becerro de oro, lo
adoraba como Aarón, el hermano de Moisés, quería
ser el sumo sacerdote donde la opulencia y la riqueza fueran los
valores supremos.
Creó el hábito del "óbolo al Padre" como otrora
fuera el de San Pedro. "El tema de los regalos al Padre se fue
convirtiendo en obsesivo - cuenta Antonio Pérez, secretario de
Escrivá -. Se iba poniendo de moda que cada visita de un
conciliario a Roma significaba la obligación de un óbolo
al Padre en forma de dinero o regalos de importancia.
"Cuando se logró para el Padre - a petición propia -la
Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, yo, en el primer viaje
que hice, le llevé una normal, de plata sobredorada y esmaltes,
que fue recibida casi como una ofensa. Poco después supe que
Alvaro había encargado otra con brillantes". (148) El culto a
Mamón era uno de los perfiles característicos de la
personalidad de Escrivá.
Para Yvon Le Vaillant, tal vez no apeteciera sólo el marquesado
de Peralta por simple preocupación de gloria nobiliaria pero "no
es tanto la nobleza cuanto la tesorería y la posesión de
una red internacional de infiltración". (149) De nuevo la
tesorería emerge en las fibras de monseñor.
Camino, que pretende estar en
una línea religiosa de lo mas
tradicional, tiende a formar burgueses que buscan influir en el mundo a
través de éxito material. (150) Presenta a un mismo
tiempo un cristianismo de Cruzada típicamente español y
a un cristianismo eficaz adaptado a la burguesía de negocios.
Buscaba el dinero, la riqueza y el poder por todos los medios
financieros a su alcance, incluida la política, objetivo
secundario pero indispensable para el primero, la hegemonía
financiera, aunque cínica y farisaicamente en una entrevista
decía que "si se diera alguna vez una intromisión del
Opus Dei en la política, el primer enemigo de la Obra
sería yo", y a lo mejor lo era de la auténtica y genuina
obra de Dios.
Con la misma hipocresía que hoy entre los argumentos para que
monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer y
Albás, Marqués de Peralta, sea declarado oficialmente por
la Iglesia santo "en base a sus muchas virtudes, entre ellas su pobreza
y humildad", (151)
no es para sonreír, sino para soltar la gran carcajada universal.
Escrivá se jactaba de conocer bien con algunos de sus hombres
los vericuetos laberínticos de los pasillos y las estancias
vaticanas y se "ufanaba de haber hecho algunas trampillas
burocráticas para el mejor fin de sus planes. La última
firma de Pío XII se consiguió literalmente en su lecho de
muerte. Parece que incluso el documento original conserva las huellas
de esa circunstancia". (152) No es de extrañar, cuando la
enseñanza que impartía monseñor era que "tenemos
que ser pillos y además de pillos, audaces".
El periodista Mario Rodríguez Aragón declaraba (153) que "no creía
en la pobreza de los que viven en la opulencia, en el apostolado de
aquellos que andan a la conquista de bienes materiales", al referirse a
Escrivá y su Obra.
Claro que la antología del disparate fue pronunciada por el
avaro Escrivá cuando dijo sin sonrojo: "la riqueza del Opus es
su pobreza". (154)
Sobre la lujuria ya hemos hecho alusión al referirnos al sentido
carnal y lascivo del Fundador del Opus Dei. Era lujurioso por, ese
deseo irrefrenable y no reprimido de los deleites carnales prohibidos.
"Yo uso Atkinsons, la colonia inglesa... huele, huele", (155) siseaba a veces a
alguno de los miembros de su círculo interior. El Dr. Donato
Fuejo Lago, especialista de pulmón y corazón de Madrid,
opinaba (156)
que Escrivá "y toda su acción visible me parecen cursis y
ridículas, y no hay nada que me produzca más
repulsión que la cursilería".
Monseñor era en su juventud presumido y mundano y según
el padre Hugo, coetáneo de su época de seminarista,
marchaba siempre "un poquito separado de la fila" como si no quisiera
confundirse con los demás. Para don Luis Borraz, el vicario
general de la diócesis, era un "vanidosillo". Para otro
compañero era "muy presumido", incluso de seminarista, "llevaba
siempre el bonete ladeado".
El jesuita padre Llanos (157)
fue invitado con motivo de un viaje a Roma a visitar la fastuosa villa
donde residía monseñor Escrivá. Le hicieron pasar
a una sala y tras una breve espera apareció en la puerta el
fundador del Opus Dei con los brazos tendidos hacia delante, como
solía, en santo ademán. Pensó sin duda Llanos que
Escrivá iba a abrazarle, pero aquí viene lo significativo
del episodio -cuál no sería su sorpresa cuando el prelado
general del Opus Dei se adelantó hacia él con paso vivo y
postrándose a las plantas del jesuita comenzó a mascullar
con voz de profunda emoción: "¡Soy un pecador! ¡Soy
un pecador! Padre Llanos ¡soy un pecador!".
No era amante de la música clásica; por el contrario se
deleitaba con los cuplés de Conchita Piquer.
Su afición por los "jóvenes guapos", por el refinamiento
afeminado y por la concupiscencia, no son secreto para nadie aunque
sobre el particular se guarda con celoso sigilo. Para Vladimir
Felzmann, inglés de origen checo y socio de la Obra desde 1952
que llegó a ser sacerdote, (158) "el fundador...
podría ser duro como el hielo y tierno como cualquier madre".
Sobre su ira son muchas las anécdotas, los episodios, las
escenas protagonizadas por Escrivá. A veces se comportaba como
si la furia de los elementos se hubiera desatado, con una
indignación y un enojo, por cosas banales y sin importancia. Su
carácter a veces se agriaba y entraba en fases coléricas,
en irritaciones "bíblicas".
Tenía los rasgos de "ingenio y violencia de carácter
propios de un aragonés". (159)
Su propio secretario, Antonio Pérez, narra que "el Padre en
presencia de chicos jóvenes de la Obra me echó una gran
bronca, como si yo hubiera sido el culpable de que fuera elegido
Montini. En el fondo se desahogó conmigo de su
frustración y puso verde a Montini, acusándole de
masón y de otras lindezas. Estaba muy excitado y previno que
todos los que habían cooperado en esa elección se iban a
condenar al infierno". (160)
Para una antigua numeraria
(161) "esa manera de ser y de actuar en la Obra es
consecuencia unida de los enfados del Padre, y de sus enérgicas
reprimendas. Unas las hemos vivido y de otras nos han hablado para que
aprendiéramos más".
Un cercano colaborador (162)
nos recuerda que le "impresionó la violencia con que
Escrivá abominaba en mi presencia de un sacerdote secularizado,
que había ocupado una posición directiva en la obra:
"¡Ya le he mandado por notario dos excomuniones!" Podría
decirse que es encantador, grato y persuasivo cuando se está a
su favor e intolerante, intratable y grosero (163) cuando no se aceptan
sus criterios.
Cuando tenía que reprender a alguien "lo hacía con
energía". (164)
Su temperamento se agriaba en esos trances, sus arrebatos de ira se
hacían más frecuentes y la gente que le rodeaba, incluso
la más cercana y leal, pasaba más de un mal rato en tales
lances. (165)
Era insoportable... Tenía lo que suele llamarse "bruscas y
violentas cóleras (166)
en las que monseñor pierde los estribos y empieza a gritar".
Solía decir cuando estaba enfadado: "para el que abandone el
Opus Dei no doy diez céntimos por su alma".
A una asociada (167) que
estuvo durante largo tiempo en el Instituto desempeñando
misiones de alguna importancia y que luego salió, la
llamó a Roma y según ella misma la increpó
duramente diciéndole: "¡La Magdalena era una pecadora pero
tú eres una corruptora!" y la amenazó afirmando que "si
se filtra algo de lo que tú has visto en la Obra, yo haré
publicar un editorial contra tí en todos los periódicos
del mundo."
La cólera de monseñor es sagrada. En una ocasión (168) el Padre
Escrivá asistía a una comida con seis u ocho
personalidades altamente representativas de los movimientos
católicos españoles. Se produjo en un momento dado una
discusión de escasa importancia entre monseñor y alguno
de los comensales. El Padre fue acalorándose y cuando se
demostró que era él quien tenía razón en la
disputa miró de frente a su oponente y, en un gesto que debe
considerarse sin precedentes, le sacó la lengua, dejando a los
comensales mudos de asombro y desolación.
Después de las iras epilépticas de Escrivá,
utilizaba otros medios contra sus contrincantes y tenía un
"habitual sistema de difamación". (169)
El cuadro de su acendrada personalidad quedaría incompleto sin
hablar de la gula, de esa falta de comedimiento en el comer y en el
beber, de ese apetito exagerado por los manjares del gusto, por esa
glotonería manifiesta.
Era un exquisito. "El Padre solía beber agua de Solares, pero
después de hablarse de aquel fraude que se corrió sobre
dicha agua, al Padre le llevan con él a donde vaya agua mineral
francesa, que ha sustituido definitivamente a la anterior. Para
él y a las casas que visita -continúa el testimonio de la
asociada (170) -se
traslada cada vez todo un equipo de personas especializadas que son las
encargadas de servirle (comedor, cocina, planchado, limpieza, etc.) a
él y sólo a él. Yo he tenido que dar por
inservible un colchón para el Padre, expresamente comprado para
él y sin estrenar, porque le faltaban tres centímetros de
ancho de las medidas establecidas y hubo que sustituirlo por otro
nuevo. A América se han mandado melones en avión
expresamente para el Padre, porque al Padre le gustan y allí no
los hay.
Aparentemente era austero en las comidas "aunque se ingeniaba para
ocultar esa austeridad cuando teníamos invitados". (171) Su dieta de
diabético le hacía sufrir porque le encantaba comer y
beber bien. (172)
En las casas por donde iba se extremaban las atenciones.
Había frutas. Muchas naranjas, aunque no fuese la
estación, por si el Padre pedía un jugo, docenas de cajas
de bombones por si le apetecía uno, cajas de vino de marca "que
si sois discretas y pillas me serviréis en jarra". El
perfeccionismo doméstico debía llegar al máximo
con el Padre quien a veces echaba las correspondientes broncas. En una
ocasión pidió la séptima tortilla porque las seis
anteriores no estaban a su gusto.
María del Carmen Tapia comentó que todo aquello con lo
que Escrivá de Balaguer comía, o de lo que comía,
tenía que ser de gran calidad. Los platos eran de la mejor
porcelana, los cubiertos de plata. (173) Según un
arzobispo al que llevaron allí a comer en 1965, durante la
última sesión del Concilio Vaticano, la vajilla era
chapada en oro. El arzobispo (aunque entonces era sólo obispo y
recién consagrado) es un hombre de una considerable conciencia
social. Le fue imposible conciliar los platos de oro con la vida
cristiana que él esperaba en un hombre de tal distinción
en la Iglesia. También le fue imposible comer aquellos alimentos
exquisitamente preparados y perfectamente servidos.
En público no probaba los licores pero "se refería a
sí mismo diciendo que, para fundador bueno, el que venía
embotellado" y esta frase la interpreta su biógrafo que la
decía porque se consideraba a sí mismo "fundador sin
fundamento". (174)
La envidia era una consecuencia de su avaricia y de su rapiña.
Lo deseaba todo y las cosas de los demás, del prójimo,
las codiciaba.
Sobre su pereza, era mental. "Muy raras veces Josemaría
Escrivá había accedido a hablar a través de la
prensa" escribe su amigo Julián Cortés Cavanillas. (175) Monseñor
tampoco apenas aparece en público y casi siempre exclusivamente
ante los socios de la Obra o simpatizantes conocidos, más que en
contadísimas ocasiones. El repertorio de preguntas en las
tertulias a las que asistía y a los encuentros que tan poco
proliferaran, estaban ensayados y sabía de antemano qué
se
le iba a preguntar, y cómo y de qué manera. Gustaba pasar
inadvertido según el lema de su vida: "ocultarme y desaparecer
es lo mío". (176)
Aunque su lema era que "el trabajo os hará santos", que nos
recuerda aquel frontispicio de los campos de concentración
alemanes: "El trabajo os hará libres", disfrutaba más con
el trabajo ajeno que con el propio, lo que gozaba realmente era con que
se trabajara incansablemente para él con disciplina,
sumisión y obediencia, como una nueva fórmula de
esclavitud, a través de su instrumento de la Obra de Dios.
REFERENCIAS
120. Carandell, p 103.
121. Bernal, p 36.
122. Ibid.
123. Jardiel Poncela, op cit, p 65.
124. Vicente Gracia, p 11.
125. Moreno, "El Opus Dei, anexo a una historia", p 20.
126. Carandell, p 26.
127. Moreno, "La otra cara del Opus Dei", p 36.
128. Le Vaillant, p 9.
129. Moncada, "El Opus Dei: Una interpretación", pp 126-127.
130. Ynfante, "La prodigiosa aventura del Opus Dei", p 30.
131. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 63.
132. Ibid, p 72.
133. Vicente Gracia, p 198.
134. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 29.
135. Area Crítica, op cit.
136. Antonio Pérez, citado en Moncada, "Historia oral del Opus
Dei", p 85.
137. Carandell, p 106.
138. Ibid, pp 17-18.
139. Walsh, p 210.
140. Revista "Tiempo" (07 julio 1986).
141. Bernal, p 49.
142. García Romanillos, op cit.
143. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 65.
144. Umbral, Francisco, "Los del Opus Dei," Diario "El País" (20
enero 1986).
145. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 37.
146. Ibid.
147. Ibid, p 53.
148. Ibid, pp 53-54.
149. Le Vaillant, p 254.
150. Wast, Jesuitas, "Opus Dei y Cursillos de Cristiandad", p 61.
151. Magaña, p 117.
152. Moncada, Historia oral del Opus Dei, p 24.
153. Jardiel Poncela, p 175.
154. Le Vaillant, p 187.
155. Vicente Gracia, p 44.
156. Jardiel Poncela, p 88.
157. Carandell, p 131.
158. Walsh, p 19.
159. García Romanillos, op cit.
160. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 27.
161. Moreno, "El Opus Dei, anexo a una historia", p 134.
162. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 27.
163. Ibid, p 126.
164. Le Tourneau, p 21.
165. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 117.
166. Carandell, p 152.
167. Ibid.
168. Ibid, p 154.
169. Moreno, "La otra cara del Opus Dei", p 40.
170. Moreno, "El Opus Dei, anexo a una historia", p 134.
171. Le Tourneau, p 14.
172. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 107.
173. Walsh, p 207.
174. Bernal, p 9.
175. Diario "ABC" (14 septiembre 1986), p 52.
176. Bernal, p 10.
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