CAPÍTULO
I
LAS SECTAS Y EL OPUS DEI
14. Judas en acción
Judas el Iscariote ha pasado a la Historia no por sus posibles virtudes
como apóstol de Jesucristo, sino por la denuncia secreta que
hizo de su Maestro, por la confidencia
que condujo a la detención del Mesías. En un
círculo tan compacto y hermético como es el Opus todos
quieren ser delatores, acusadores públicos y privados, soplones,
confidentes de sus propios y más próximos hermanos y ello
por varios motivos, entre otros, porque la delación en el Opus
es práctica y "virtud"
para que, entre los adeptos, siempre vivan en una atmósfera de
desconfianza mutua y recíproca, de miedo, de inseguridad y de
aislamiento, todos estos factores de la máxima importanica para
encadenar, de forma perpetua, el adepto a la secta.
El Opus pone minuciosa atención y especial cuidado en lo que
llaman la dirección espiritual constante y pertinaz, que vincula
y marca a todos y cada uno de los miembros, que se ve complementada,
semanalmente, con lo que llama "confidencia",
que ayuda a configurar un orden jerárquico-espiritual
rígido. (151)
Por otra parte, la denuncia del hermano por el hermano, el bochorno y
la vergüenza de verse señalado por el prójimo
más próximo, es una norma y una obligación
consignada en los propios estatutos y reglamentos de la Obra. Es una
práctica corriente y habitual, fomentada, alentada y alabada por
los responsables de la organización.
La confidencia semanal es una
charla obligatoria del socio con su director (152) en la que el socio
debe abrirse plenamente y manifestar sin escrúpulos ni reservas
sus disposiciones interiores, a la vez que dar cuenta de todas sus
acciones. Es un acto de solidaridad y docilidad. Con el paso del tiempo
muchos socios se ven asfixiados por esta práctica, paralela a la
confesión y todo ello robustecido por la táctica
prohibición de confesarse "fuera de casa" e incluso con otro
sacerdote de la Obra que no fuera el designado para cada casa o centro.
Esta confidencia se plantea
por igual entre los sacerdotes y los laicos que conviven en la casa. Un
laico estará en condiciones de ser el escucha de la confidencia
que le susurre un sacerdote, un seglar puede ser el depositario de las
intimidades de un lego o de un religioso o viceversa. Una nota que
emitió el V Consejo General del Opus, desde Roma,
consideró que el papel del sacerdote no era necesario para la
confidencia y desde entonces el director u otro miembro del consejo
local, y a veces algún miembro selecto de la casa, son los
encargados de oír la confidencia. (153) Naturalmente que la
confidencia no exime de hacer también la confesión y, en
este caso, sí que es preceptiva la participación del
sacerdote que, necesariamente, tendrá que ser de la Obra, para
que los trapos sucios se laven siempre en "casa".
Para el Opus Dei, la confidencia,
aparte de dar a conocer las faltas del miembro que se escapan a la
confesión sirviéndole además de desahogo
psicológico (154)
modela el carácter del individuo y sirve para incrementar "el
espíritu de la Obra". La confesión sirve, en cambio, para
el perdón de los pecados y la liquidación de la ofensa.
Ex miembros de la Obra han revelado que el sacerdote numerario realiza
funciones de espía y fiscalizador (155) "al usar indebidamente
el sacramento de la confesión para revelar secretos de los
fieles que interesan a la Obra"... Los socios numerarios del Opus Dei
saben que sus confesores revelan lo que ellos dicen en el confesionario
si lo consideran conveniente los superiores.
Las confidencias y la confesión con los dirigentes del Opus Dei
deben ser "salvajemente sinceras" (156) porque -argumentan los
jerarcas opusdeístas- para alcanzar la santidad hay que contar
preocupaciones en el trabajo, en la familia, del fuero interno y lo que
ocurra en el mundo de la política o de la intelectualidad.
Es un hecho admitido dentro del Opus que el guía espiritual y el
confidente, en reunión con los dirigentes, analizan
disposiciones y problemas de cada uno de los numerarios y
supernumerarios bajo su jurisdicción.
Los sacerdotes opusdeístas tienen instrucciones de ser discretos
para que sólo cuenten al director del socio o al jerarca de
mayor categoría dentro de la Obra únicamente lo que
conviene saber en función del "bien de las almas".
Son muchos los socios que han roto con el Opus Dei al sufrir gran
decepción, una vez que se enteraron de las violaciones al
secreto de lo que dijeron en forma confidencial.
No nos resistimos a transcribir un testimonio de excepción, una
auténtica confidencia en voz alta y clara, hecha por una persona
que, durante años, estuvo inmersa en el Opus: (157)
"De una cosa me
enteré casi cuando estaba decidida a irme ya de la Obra y
contribuyó muy especialmente a darme cuenta de que este no era
mi sitio. Haber pasado por eso habría significado perder toda mi
dignidad como persona. Supe que tanto las charlas que mantienes con tu
directora, como las que mantienes con el sacerdote de la Obra (siempre
hay que confesarse con sacerdotes de la Obra bajo amenaza de
expulsión) se intercambiaban. Es decir que entre los dos se
dicen el uno a la otra las cosas que las numerarias les han contado
para ver si coinciden y para seguir una estrategia conjunta.
Además de semejante manipulación de los secretos
más íntimos de una persona, la directora envía
todas las semanas un informe de su dirigida a la delegación.
Basándose en lo que has contado, la directora escribe a
máquina para que lo lea una, que seguramente no te conoce de
nada, las confidencias que has hecho... Eso lo descubrí al pasar
a la habitación de la directora a coger algo. Ella no estaba y
como el papel, a medio escribir, sobresalía de la máquina
no fui capaz de vencer la tentación de leer lo que allí
ponía".
"Me pareció -continúa- lo más burdo, innoble y
anticristiano que había visto en mi vida. ¿Con qué
derecho se manipulan las intimidades de cada persona cuando para vivir
bien el espíritu de la Obra no hay más remedio que
hacerlas, porque eso es lo que está mandado por el Padre? La
más mínima conducta ética, seas o no cristiano, te
obliga a respetar el secreto de una confidencia.
¿Cómo se puede llamar algo Obra de Dios cuando se cae tan
bajo? Dios sabe el informe que tendrán de mí en los
archivos de Roma. Después de haber pasado mis confidencias por
tantas sucias manos que ni siquiera me conocían. Porque el
centro va a la Delegación, de la delegación a la
asesoría regional y de ésta a la asesoría central,
que está en Roma. En este momento se rompió
definitivamente lo que me pudiera unir a la Obra".
"Ocultar algo personal a los directores -según aseguraba
Escrivá de Balaguer -era tener un pacto con el diablo" y en la
Obra ese "algo" incluye desde lo más divino, hasta lo más
humano. (158)
Otra ex numeraria nos confirma que los miembros de la Obra tienen el
grave deber de sincerarse salvajemente con sus directores: deben
contarle sus deseos más íntimos, sus ansias, sus
defectos, las nociones más fugaces, los pensamientos más
recónditos. Es un deber de deberes, cueste lo que cueste. Pero
ese deber no presupone, ni necesita para nada, una contrapartida. Hay
que ser muy sinceros, hay que decirlo todo, hay que abrir el
corazón de par en par (son todos ellos mandatos del Padre) pero
hay que hacerlo frente a unos directores cargados de reservas, que no
tienen por qué explicar ni razonar nada que no les parezca
conveniente o no interese al súbdito que les está
abriendo su conciencia. Amurallados por el secreto que -dicen -les
impone su cargo, pueden decir que desconocen datos con los que han
estado trabajando cinco minutos antes; pueden callar ante una pregunta
directa; pueden prometer un silencio que de antemano saben que no van a
guardar.
La confidencia semanal es una
especie de balance espiritual al mismo tiempo que se informa
detalladamente sobre actividades diversas. ¿Por dónde
pasa en tales coloquios la frontera entre la vida religiosa y actividad
apostólica de un lado y la vida profesional y pública de
otro? He aquí una interrogante que tiene que quedar sin
respuesta. Entre las prácticas de la Obra, la "confidencia
semanal" no deja de ser una de las más inquietantes.
Pero si la confidencia puede resultar inquietante no menos es la delación pública, la
evidencia en la que también, semanalmente, deben dejarse los
unos a los otros, como Judas, pero en este caso la recompensa no son
los treinta denarios de plata, sino la santidad y el cielo en la
eternidad. La acusación y represión pública es un
deber ineludible e inexcusable, ordenado en las propias Constituciones
del Opus, que en su artículo 270 disponen que "Los miembros
numerarios y oblatos se reunirán cada semana para el
círculo breve donde se corrigen los defectos, donde se proponen
los medios de apostolado y donde se trata de manera familiar todo lo
que pueda guiar a nuestro espíritu y nuestra acción
específica". Todo miembro debe someterse o será llamado
al orden.
Se lee también en las Constituciones de la Obra en su
artículo 195 que "Los miembros tienen la obligación de
avisar a sus superiores cuando las actividades de otros miembros
amenacen con perjudicar la eficacia del Instituto". La
preocupación por la eficacia del Instituto en cuanto tal es
grande y el respeto por los individuos insignificante, quienes se ven
empujados hasta la delación (159) y a la denuncia entre
compañeros para el mayor provecho del Instituto.
Si por casualidad alguien falla será sometido a la corrección fraterna. Se le
someterá a la línea o bien se le expulsará. El
espíritu de desconfianza es total. Tu mejor amigo puede ser tu
más sádico enemigo; tu deberás ser, a tu vez,
implacable hacia quienes muestres tus simpatías.
En el Opus la corrección
fraterna es un genuino modo de formación. (160) Si un socio de la Obra
de Dios se entera de una falta cometida por otro de sus "hermanos" debe
acudir inmediatamente a un miembro del consejo director de la casa para
exponerle el caso y que éste decida la conveniencia o no de
corregirle. Si la decisión del miembro es afirmativa, el socio
de la Obra hará al otro, al de la falta, la correción
fraterna. El espíritu de la Obra forma nidos de avispas con el
aguijón siempre dispuesto para inyectar el veneno en nuestros
semejantes.
Se ha publicado (161)
que en las charlas colectivas semanales se instaba a que los miembros
simpatizantes "rivalizasen" en contar sus pecados públicamente,
aunque en la mayoría de los casos eran simplezas, como el no
haber hecho la oración reglamentaria en su momento o el haber
"desfallecido" ante una tentación. La mayor parte se acusaban
del pecado de soberbia o de falta de humildad, que era lo más
apreciado.
La culpabilidad tiene su rentabilidad en la confidencia y la
correción o delación fraterna. La culpabilidad suele ser
fuente de tensiones internas de carga emocional contenida, que para
equilibrarse necesita el desahogo, por lo que las sectas perniciosas
establecen el ritual en donde se pide al adepto que confiese todas sus
interioridades, que se vacíe.
(162) La
técnica empleada difiere según las características
del grupo y pueden consistir en una amigable charla donde se cuenten
las experiencias más íntimas.
Las técnicas de las confidencias
y de la correción fraterna
son actos de autosometimiento que conllevan el castigo moral de la
humillación pública, lo que genera un perpetuo
vacío interior a partir de la sensación de estar en
falta, como alguien que no tiene más derecho que el de obedecer.
Un hecho característico (163)
es que después de haber confesado y purgado el pecado, el adepto
se convierte en un fanático acusador y castigador de sus propios
compañeros, olvidando que poco antes él también
ocupó su lugar en el banquillo del sadomasoquismo en nombre de
Dios.
Pero la delación puede llevar a más altos vuelos. Es
sintomático que el entonces nuncio de Su Santidad,
monseñor Riberi, afirmaba (164) que se sentía
rigurosamente vigilado y que no podía hacer ni decir nada sin
que el Opus se enterara. El hecho de que todo el personal de servicio
fuese del Opus Dei hizo surgir el chiste de llamar a la casa del nuncio
la "Nunciatura Opustólica".
Es sintomático que el Opus tenga muchos centros diseminados por
toda la geografía para la formación
del hogar, que son escuelas de servicio doméstico que
constituyen un excelente negocio de agencia de colocación de sus
adeptas al servicio y en las casas de las clases dirigentes, que son
las que pueden permitirse los lujos de admitir doncellas y criadas, sin
percatarse que les están colocando submarinos en la misma
línea de flotación.
Sería muy interesante que se abriera para la ciencia y el
conocimiento público parte al menos del monumental archivo que tan celosamente se guarda en la casa romana de Bruno
Buozzi. Allí están, con las Constituciones y las
sucesivas ediciones de las Instrucciones de Gobierno, la
colección de notas y avisos
que ejemplifican, año tras año, un estilo de gobernar y
las ideas que Escrivá iba teniendo sobre lo que pasaba o
debía pasar en la Iglesia, en la política, en la moral
pública y privada y sobre todo "en las casas y en las vidas de
sus súbditos". (165)
Las redes de los servicios de inteligencia y de información no
pueden ser más sofisticadas, más groseras ni más
miserables.
REFERENCIAS
151. Wast, Jesuítas, "Opus Dei y Cursillos de Cristiandad", p 62.
152. Moncada, "Historia oral del Opus Dei", p 149.
153. Ynfante, "La prodigiosa aventura del Opus Dei", pp 120-121.
154. Ibid, p 121.
155. Magaña, op cit, p 236.
156. Ibid., p 236.
157. Revista "Marie Claire" (Diciembre 1987).
158. Moreno, "El Opus Dei, anexo a una historía", p 147.
159. "Le Vaillant", op cit, p 233.
160. Ynfante, "La prodigiosa aventura del Opus Dei", p 120.
161. "El Opus por dentro" en Area crítica, No. 2, (julio, 1983)
p 34.
162. Rodríguez, "Esclavos de un Mesías", p 100-101.
163. Moreno, pp 84-85.
164. Carandell, p 163.
165. Moncada, "Historia oral del Opus De", op cit.
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